Antes de la pandemia, la experiencia educativa de las niñas y mujeres ya conllevaba dificultades: actividades y responsabilidades tales como cuidar de los hermanitos y hermanitas, ayudar en la preparación de alimentos y asumir las labores del hogar significa que las niñas ya dedicaban un 40% más de tiempo que los niños de su edad en realizar tareas domésticas no remuneradas. Esta desigual distribución de las responsabilidades, implica que las niñas, adolescentes y jóvenes mujeres sacrifiquen oportunidades de aprendizaje, de crecimiento y su derecho a disfrutar de su niñez y juventud.
El cierre de las escuelas como parte de las acciones para sobrellevar la pandemia en el 2020, ha causado que estos obstáculos se hagan más grandes, y además ha develado desigualdades que han estado profundamente arraigadas, tales como los riesgos de violencia de género en los hogares, la precaria situación de conectividad en muchas comunidades y la alarmante situación de la salud mental y emocional de la niñez y la juventud.
Como sociedad, en este proceso y tarea de construir la “nueva normalidad”, es nuestra responsabilidad tomar los aprendizajes que nos deja la pandemia sobre las necesidades y vulnerabilidades que sufren las niñas, adolescentes y jóvenes mujeres para garantizar no solamente su acceso a la educación sino también para que su experiencia educativa sea enriquecedora, que las motive a crecer y soñar y les brinde las herramientas necesarias para hacerlo.
La realidad que nos ha mostrado la pandemia, con sus desigualdades y sus injusticias, en las cuales las niñas y mujeres sufren los impactos con una mayor intensidad, ya que se suman a las limitaciones que ya experimentaban previamente, nos demuestra que los avances realizados carecían de estructuras sólidas. La contribución que nos brindas nos permitirá seguir trabajando y aprovechando las oportunidades para contribuir a la construcción de una “nueva normalidad” y un presente más equitativo y justo.